The Goonies (1985) es una de las películas más entrañables del cine. Por eso, el chocolate que salva a Chunk, el integrante gordito de la banda de niños, quedará siempre en el recuerdo.
Por Analhi Aguirre
Aún para quienes no la vieron en el momento de su estreno, 30 años después, sigue despertando la ternura que sólo Richard Donner y, por supuesto, Steven Spielberg pueden causarnos. Un grupo de chicos de un pueblo de la costa estadounidense está a punto de ser desalojado, cuando de repente, Mikey –un inolvidable Sean Astin- encuentra en el desván de su casa el mapa de un tesoro que podría salvarlos de la desgracia. Como siempre, este tipo de cintas, bien a lo Spielberg tienen sus cosas de barrio que nos llenan de nostalgia: bicicletas, mochilas, ilusiones, mucha inocencia y también barras de chocolate. Las joyas que buscan los niños también las persigue una familia de mafiosos: una madre y tres hermanos, uno de ellos, Sloth, maltratado por el resto de su familia. En un momento de la trama, encierran a Chunk con Sloth y, gracias a que ambos aman el clásico y tradicional “Baby Ruth”, estos dos personajes marginales, logran ser héroes. Un comentario esencial: aunque esta historia parece una más, ha marcado gran parte de la filmografía de aventuras infantiles, determinando una serie de clichés que tiene este sólo original.