Por Inés Saavedra
Los árboles del parque están en flor y el paisaje se pinta de colores. Las heladerías despiertan de ese letargo de los meses en los que los comensales prefieren una taza de chocolate caliente. Es primavera.
Es abril y por eso, somos indulgentes. Son tardes en las que se apetece un vino rosado para acompañar una merengue con frutas, o un espumoso en una terraza. Esos antojos que maridan con el paisaje primaveral. La dimensión de los postres despierta toda clase de fantasías, no es casualidad que los cuentos de hadas estén llenos de palacios de chocolate y castillos con “murallas de membrillo, patios de almendrita y torres de turrón”. El azúcar es tan seductora que no por nada la bruja de Hansel y Gretel construyó una casa hecha enteramente de dulces.
Aunque no habitamos precisamente un cuento de hadas, la realidad es que afuera de ese mundo fantástico también hay postres sublimes. Después de todo, esta vida es muy corta como para comer postres malos.