Texto y fotografías de Inés Saavedra
“La idea de galletas picantes con una taza de té me toma por sorpresa…”

En las montañas de Japón, Nikko se levanta con el esplendor de sus templos budistas y shintoistas llenos de sabiduría y belleza. En una de las puertas de la capilla shintoista Tosho-gu se encuentra el Nemuri-Neko (el gato dormido), una representación tallada en madera de un gato que duerme plácidamente, mientras que del otro lado del muro la escultura de dos pájaros que vuelan libre y tranquilamente evocan la paz.
Yoshie, mi anfitriona en Nikko, me lleva a una tienda de galletas tradicionales japonesas llamado Jingorou, un pequeño local en una calle apacible. El lugar produce galletas que toman como distintivo la imagen del famoso gato que duerme.
El servicio es extraordinario. Mazakazu, el encargado del lugar, nos ha enviado té verde y galletas para degustar. Las pruebo con curiosidad, en la boca descubro sabores de wasabi y ajonjolí. La idea de galletas picantes con una taza de té me toma por sorpresa, así es que me decido a probar las galletas dulces. Extrañamente, me es difícil distinguir esa línea entre lo dulce y lo salado que en el mundo occidental parece tan definida.


Es hora de partir, en mi bolsa llevo un paquete de galletas envuelto meticulosamente y en el paladar una nueva experiencia de sabores.
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