Desde la antigüedad, pasando por el pecado original hasta nuestros días, el acto de comer ha oscilado entre la satisfacción, la seducción, el erotismo, el placer y los excesos.
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Imágenes de Eduardo Dario
¿Qué hubiera pasado si Eva, en vez de ofrecer manzanas a Adán, hubiera elegido col o berenjena? El resultado hubiera sido el mismo; el objeto del pecado, el fruto del bien y del mal, nada tenía que ver con el gusto, sino con la transgresión de la ley divina, una transgresión que entró por la boca.
Aromas, colores, texturas, temperaturas y sabores yuxtapuestos, encantan a los sentidos a tal grado que nos colocan en el umbral del libertinaje alimenticio. Una tarta de manzana, una ensalada de mango o unos camarones al tequila no sólo despiertan el apetito, sino que atraen, seducen y generan deseo. Y es que los alimentos aromáticos, las hierbas finas y las especias, siempre excitarán las sensaciones; así, el chocolate, el ajo, los mariscos y el azafrán aparecen en nuestro imaginario como alimentos afrodisiacos (término cuyo origen se asocia a Afrodita, diosa del amor carnal).
¿La comida del amor o el amor a la comida?
El erotismo en torno a la comida es un hecho del que todos somos cómplices y transgresores sin culpa. No hay duda de que el amor entra por la boca. Desde la infancia, el niño amamantado por su madre no sólo está realizando un acto alimenticio, sino que está cometiendo su primer acto erótico al satisfacer la necesidad de apego y fusión amorosa. La comida está vinculada estrechamente con las emociones y las relaciones humanas; los gustos gastronómicos están sesgados por lo aprendido desde niños, en casa y en la cultura.
Así como hay un eros (placer-vida) en el acto de comer, también hay un tanatos (displacer-muerte). La línea entre ambos es muy delgada: la gastrofilia puede curar y liberar, pero también puede llevar al exceso y generar malestar o enfermedad. Los límites del amor a la comida se desdibujan en la búsqueda por darle gusto al gusto; comerse una chuleta de cordero es, a primera vista, una bendición divina, y, sin embargo, para un nutriólogo puede representar una suma a los niveles de triglicéridos.
La gastrofilia ha sido, es y será parte del amor por la vida, pero si se quiere que ésta sea larga, habrá de optar por un ejercicio de equilibrismo culinario que nos cuide del exceso en pos de una alimentación variada y a la vez sorprendente en aromas y sabores.