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Neófito pero feliz de los pies a la nariz

Por Gustavo Proal

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©bielmcmillan.com/

Fíjese usted que ando experimentando con mis primeras catas, tras haberme graduado de mi curso de Vino para Ejecutivos de la Superior de Gastronomía. Aviéntese a tomar un curso con ellos, no necesita nada más que ganas de aprender y entenderá más sobre un universo lleno de matices, posibilidades, tecnología, leyendas, historia, viticultura y demás temas que corresponden al gigantesco círculo concéntrico del vino.

Le decía que ando molestando a mis amigos y a mi novia porque cada vez que quieren vino o van a tomarlo, les salgo con el chistecito de darles consejos para la mejor elección de acuerdo a un presupuesto o termino por rogarles que me dejen catarlo. Los amigos, pues me dan viada y dicen “ándale pues, chamaco” y yo nomás trato de no sonar mamila cuando enuncio las características del vino. Es difícil no sonar mamila cuando uno habla de algo que los demás no dominan (que yo no lo domino, tampoco, es decir, ya compré el caballo, está bien guapo y poderoso pero domarlo es un circo, se requieren años de experiencia y pasión) pero he descubierto que si se regala esa información con sencillez, entrega y sobre todo curiosidad, (la de un niño con juguete nuevo que lo lleva a las últimas consecuencias), de pronto puede llegar a suceder un lindo fenómeno: despertarla también en quienes escuchan. Qué curioso. Es eso o mis amigos son re buenos para darme el avión o no se quieren enfrascar en chantajes emocionales, porque eso termino haciendo.

¿Por qué torturo a quien amo? No por amor a la tortura ni por falta de amor a mi seres amados, sino por exceso de amor al vino, porque cada vez que meto mis narices en esa copa, y en los hábitos de consumo de mis amistades, descubro nuevos aromas que antes no ubicaba. ¿Aromas de miel, setas, o cuero en un vino? ¿Pues qué le echan? Seguro muchas ganas pero no es como que usted, en su caldera, le eche tres ojos de serpiente, dos patas de murciélago y cinco dedos de novia, nomás lo pone en una barrica en vez de directo de la prensa a la botella y las maderas de esas barricas le regalan aromas al vino que de otra forma no obtendría. Si no ha pasado por barrica, encontraremos aromas mucho más frutales que recuerdan frescura, muchos vinos jóvenes que no han pasado por ese proceso. Entonces, ya teniendo la teoría, me puse el reto de reconocer si un vino ha pasado por barrica o no solo tratando de distinguir estos aromas. Les paso al costo que llevo un promedio no tan malo de atinarle cuatro de cada cinco veces.

Confieso que, al principio yo era de “pues huele a vino” pero que me dice mi teacher: – no, chavo, el vino no tiene un aroma por sí mismo, no existe el “olor a vino-. Bueno, no me dijo “no, chavo” pero sí me explicó que el vino es la conjugación de muchos aromas, la suma de muchos elementos que generan un aroma particular en cada vino, una fusión a veces inimaginable y siempre sorprendente.

Al principio pensé que me andaba inventando aromas cuando llegué a captar pimiento pero después comprendí que sí son aromas que pueden aparecer en un vino y que antes no percibía pero la nariz se va curtiendo y su percepción aumenta con la práctica.

Así que, por mi parte, seguiré importunando en mi búsqueda y les invito a que no me dejen solo. Metan sus narices en donde puedan pónganse tareas divertidas de rastreo aromático, al menos se van a divertir de a montón.

 

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